Fotografía 01: En la lejanía del horizonte el cielo se enciende gradualmente en imperceptible púrpura, en intensos carmines, en deslumbrados escarlata,, que inflama la llanura en vivo incendio y sonrosa en lo hondo, por encima de las espaciadas pinceladas negras de una alameda joven, la silueta de la cordillera de Salinas...
Fotografía 02: De Monóvar a Yecla hay seis u ocho horas: salíamos al romper el alba; llegábamos a primera tarde. El carro iba dando tumbos por los hondos relejes; a veces parábamos para almorzar bajo un olivo. Y yo tengo muy
presente que, ya al promediar la caminata, se columbraban desde lo alto
de un puerto pedregoso, allá en los confines de la inmensa llanura
negruzca, los puntitos blancos del poblado y la gigantesca cúpula de la
iglesia Nueva, que refulgía.
Fotografía 03: Hay en el Pulpillo tres o cuatro casas de labranza juntas; una de ellas es la
del Obispo. A ésta han venido Yuste y Azorín. Es un vetusto edificio
enjalbegado de cal amarillenta; tiene cuatro balcones diminutos; ante la
casa se extiende un huerto abandonado, con las tapias ruinosas. Y en uno
de los ángulos del huerto, dos negruzcos cipreses elevan al cielo sus copas
desmochadas.
Fotografía 04: A la derecha, en una parda loma, luce la ventana azul de una diminuta
casa blanca; a la izquierda el cerro de las Trancas se yergue pelado, negro,
rasgado por largas vetas grises, ahoyado por socaves amarillentos.
Fotografía 05: El campo está en silencio. De una casa oculta entre negros olmos surge
recta una columna de humo blanco. El minúsculo trazo negro de una
yunta se mueve allá en lo hondo lentamente. El sol espejea en las paredes
blancas. De cuando en cuando un pájaro trina aleteando voluptuoso en la
atmósfera sosegada; cerca una abeja revolotea en torno a un romero,
zumbando lee, zumbando sonora, zumbando persistente. Luego
desaparece…
Fotografía 06: En los días grises, la tierra toma tintes cárdenos, ocres, azulados, rojizos,
cenicientos, lívidos; las lomas se ennegrecen; los manchones rojos de las
Moratillas emergen como enormes cuajarones de sangre. A ratos el
gemido del viento, el tintinar lejano de una esquila, el silabeo
imperceptible de una canción fatigosa, conmueven el espíritu con el ansia
perdurable de lo Infinito. Y Azorín contempla a través de los diminutos
cristales el cielo gris y la llanura gris.
Fotografía 07: Así, esta tarde, que hace un hermoso sol y los árboles ya verdean con los
retoños primaverales, hubiera sido una crueldad privarle al maestro de su
paseo…Él y Azorín han ido a la Magdalena. Allí se han sentado bajo la
higuera que plantó San Pascual –indudablemente para que ellos se
sentaran debajo- y han contemplado a lo lejos la ciudad ilustre –muy
ilustre- y amada…
Fotografía 08: Al poco se abría la puerta; una franja de luz se desparramaba sobre el
pavimento semioscuro. Y luego sonaban una recias palmadas que nos
ponían en conmoción a todos. Estas palmadas eran verdaderamente
odiosas; pero nos levantábamos –porque de retardarnos hubiéramos
perdido el chocolate- y nos dirigíamos, con la toalla liada al cuello, hacia
los lavabos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario